Susana Herrera, la esquiadora barcelonesa que ganó el oro en descenso y el bronce en gigante en los Paralímpicos de Innsbruck 1988, falleció el sábado en Andorra, donde residía desde hace muchos años. Herrera, de 56 años, estuvo luchando durante cuatro años contra un cáncer de pulmón y fue a los 23 cuando sufrió dos paros cardíacos debido a una bajada súbita de calcio que la dejó ciega después de estar tres semanas en coma. Además de la pérdida de visión quedó sin habla, con hemiplejia y una grave lesión en la región occipital izquierda por falta de riego sanguíneo.
Fue un ejemplo de superación y empezó a nadar como primera terapia. Su objetivo estaba claro: volver a esquiar. Herrera formaba parte del equipo de esquí alpino andorrano cuando sufrió el accidente vascular que cambió su vida por completo. En un año ya había recuperado el habla y el 70% de movilidad en el lado derecho afectado por la hemiplejia.
Se inscribió en la ONCE, que le supuso una tabla de salvación porque gracias al apoyo de esta organización pudo volver a calzarse unos esquís de nieve y también formó parte del equipo nacional de esquí naútico adaptado. Jorge Albertí, entonces secretario de la Federación Española de Esquí Naútico, tuvo mucho que ver en su recuperación y tiempo después Carmen de Mas, esposa de Albertí, se convirtió en la preparadora de Susana.
Herrera se retiró pasados los 30 años y decidió mudarse al Principado de Andorra con su hermana y su madre. Allí materializó uno de sus sueños: ayudar a las personas con discapacidad para superar los miedos y atreverse a practicar deportes. Fundó la Federación Andorrana de Deportes para Minusvalidos (FADEM) en 1998.