
La estación de Les Angles nació hace 55 años gracias al empeño de Paul Samson, alcalde del pueblo, campesino y leñador. A finales de la década de los cincuenta Les Angles contaba con 700 habitantes. A principio de los 60 ya sólo quedaban 200. La leña que cortaban del bosque, la caza que podían conseguir, la leche que daban las vacas y las patatas que cultivaban no daba para una vida digna.
“Les Angles era un pueblo muy pobre y estaba en un ‘cul de sac’, aislado por carretera. La ruta que daba vida a la zona era la que llevaba de Mont Louis a Formigueres y pasaba por la otra orilla del lago Matemale. Aquí no venía nadie, por las calles había más boñigas de vaca que personas. De coches ya no hablamos”, explica Michel Poudade, nieto materno de Paul Samson y que apenas tenía seis o siete años cuando su abuelo decidió que el pueblo no podía seguir perdiendo habitantes.
Font Romeu fue estación pionera en el Pirineo oriental francés. Su buena comunicación, la existencia del ‘train jeune’ y la presencia del Grand Hotel, lugar de curación del asma y otras afecciones para la burguesía francesa, fue la base en la que cimentó su futuro. Saint Lary llegó un poco más tarde, gracias también a la iniciativa de su alcalde Vincent Mir, un aragonés emigrado que aprovechó las obras hidroeléctricas para ‘reenganchar’ a los más de dos mil obreros que trabajaron en las mismas para lanzar el proyecto de una estación de esquí.
Una vida digna para los anglesencs
Tras visitar tanto Font Romeu como Saint Lary, Paul Samson comprobó que habían alcanzado cierto grado de prosperidad y él intentaría lo mismo con su pueblo. Estaba decidido a crear una estación de esquí para parar la sangría de jóvenes que se iban a buscarse la vida a otros lugares y que el pueblo quedase habitado sólo por los ancianos. Quiso que los que se quedasen tuviesen unas condiciones de vida dignas. No fue fácil. Primero expuso la idea a su ayuntamiento, que se agarró a la misma como un clavo ardiendo. Más difícil fue convencer a los paisanos. Y más cuando les dijo que los beneficios de la leña que cortaban en el bosque tenían que ir a parar al consistorio si querían tirar hacia delante el proyecto.
Paul se conocía el bosque y la montaña al dedillo. Pasaba muchas horas cada día, cortando leña y cazando. Se conocía todos los caminos y senderos y él mismo realizó el diseño de las primeras pistas, que perdura en la actualidad.
Cuando sus vecinos vieron que el proyecto daba sus primeros pasos y que el dinero de la venta de leña, junto a los préstamos que hizo el departamento de los Pirineos Orientales, propició la aparición del primer arrastre, se contagió una euforia colectiva. Además, la venta de los terrenos donde iba a nacer la estación supuso un buen pellizco para bastantes vecinos del pueblo.
“Yo era un crío pero recuerdo las condiciones precarias en las que vivíamos. Quien no tenía los pantalones agujereados era considerado un afortunado”, recuerda Michel, que explica que los obstáculos no arredraron a su abuelo materno.

Un hotel como primer requisito
Uno de los primeros, y no de poca entidad, llegó del Estado francés, que denegó el permiso de construir la estación porque el pueblo no tenía ningún hotel. Y Paul se puso manos a la obra, construyendo Le Llaret, el primer establecimiento hotelero de Les Angles y que hoy sigue funcionando de la mano de sus sucesores. En su interior, numerosas fotografías de las primeras instalaciones de la estación y, presidiendo la recepción, un retrato del patriarca.


Su adjunto en el Ayuntamiento no se quedó atrás y abrió la primera tienda de material de esquí y, en la planta superior, una creperie. Se instalaron los dos primeros arrastres y dos años después, en 1966, el primer telesilla, el Jassette. En 1971 se instaló el primer telecabina.
“La gente ya no se iba; al contrario, venía. Empezaron a llegar los primeros coches, se instaló el teléfono y las condiciones de vida mejoraron”, rememora Michel Poudade.
Su abuelo Paul copió el modelo de gestión que tenían en Font Romeu y Sant Lary. Se creó una sociedad que gestionaba la estación, compuesta por el mismo, su adjunto, el cura y el maestro y el secretario del Ayuntamiento.
Mano de obra popular
La mano de obra estaba formada por los vecinos del pueblo, tanto en invierno trabajando en pistas y remontes como en verano abriendo nuevas pistas e instalando remontes. “Los arrastres se montaron con vacas subiendo las pilonas y cuando se montó el telecabina la gente se extasiaba. A principios de los setenta Francia iba bien, los deportes de invierno se democratizaron y se empezó a hacer vacaciones en invierno. Aparecieron figuras del deporte como Jean Claude Killy, en pleno apogeo de su carrera deportiva cuando nació Les Angles”, dice el actual alcalde.
Hubo un precedente que quizás iluminó la idea de su creador. En 1936 militares de Mont Louis montaron una competición en el Mermet Mur, la emblemática pista negra del dominio que recuerda a François Mermet, el militar de quien había partido la inicativa y que fue el primero en adivinar las posibilidades de la zona. Evidentemente, subían a pie para lanzarse después montaña abajo.
Inversiones de gran calibre
En la actualidad Les Angles es un próspero pueblo que trata de mantener un equilibrio sin descartar seguir creciendo. “Nos preguntamos si valdría la pena crear una mutualidad, un régimen de prestaciones mutuas entre varias estaciones de la zona; hacer una sola sociedad. Pero de momento es una idea. Ahora la estación se mantiene y el beneficio se vuelve a invertir. La siguiente inversión es adquirir un nuevo telecabina. Pero los bancos no dejan dinero y el fabricante tampoco da demasiadas facilidades. Nuestra idea es la de instalar cabinas con una menor capacidad pero un mayor número de las mismas”, se lanza Michel.

Son inversiones muy grandes y hay que ir con mucho tiento. Este invierno Les Angles ha abierto Angleo, remozando completamente una bolera desangelada para convertirla en un centro termal de primera categoría y un lugar de ocio. Siete millones de euros ha sido su coste. Michel sigue dándole vueltas a la cabeza para encontrar la manera de seguir creciendo de modo sostenible y afrontar unos gastos desmesurados.

“Los remontadores son más que caros. Hay que tener en cuenta que cien metros de telesilla, instalación y mano de obra incluida, sale por 600.000 euros. Cien metros de telecabina, un millón. Y eso contando que muchos empleados de la estación son parte de nuestra mano de obra. Pero estamos muy orgullosos de decir bien alto que en Les Angles no hay paro. Tampoco hay un propietario; todo va a favor del interés general”, concluye ufano el alcalde.