
Organizar unos Juegos Olímpicos supone una enorme inversión para el país que decide apostar por albergar la cita deportiva de mayor calado. El retorno financiero está asegurado pero cada vez la oposición en la población es mayor, como se ha podido comprobar este fin de semana en el cantón del Valais a propósito de la candidatura de Sion para los Juegos de Invierno de 2026.
Hace apenas cuatro meses que finalizaron los Juegos de Invierno de Pyeongchang y las secuelas ya han florecido. El monte Gariwang, donde se construyeron las estaciones de esquí de Alpensia y Yongpong, era un exhuberante bosque con árboles de más de 500 años. Buena parte del bosque fue talado para emprender la construcción de los ‘resorts’ ante la oposición de movimientos ecologistas y conservacionistas, que protestaban porque temían que el complejo se convirtiera en una instalación de un solo uso.
Hoy el aspecto del complejo no induce a pensar que vaya a tener una larga vida, sino que su destino va a ser el mismo que muchas instalaciones olímpicas: el abandono. Ocurrió con las de los Juegos de Invierno de Turín 2006 y en los últimos de verano, en Río de Janeiro 2016.
La llegada del calor ha derretido la nieve en los últimos escenarios olímpicos y los expertos pronostican deslizamientos de tierra. Jean-Luc Brassard, esquiador acrobático canadiense que ganó el oro en la prueba de baches de Lillehammer 1994, ha manifestado al respecto que “los atletas queremos competir, no destruir la naturaleza”.

Ya antes de los Juegos de Pyeongchang las autoridades surcoreanas se planteaban este problema sin saber cómo afrontarlo. Hoy en día siguen igual. “Le estamos dando muchas vueltas pero no hay una respuesta fácil. Estamos empezando a tener la sensación que este problema es uno de los peajes a pagar si se quiere organizar unos Juegos”, dijo tras la clausura un alto funcionario del gobierno que no quiso revelar su identidad.
Y antes de la celebración de los Juegos un miembro destacado del Ministerio de Cultura, Deporte y Turismo surcoreano reconocía que “vamos a tratar de hacerlo lo mejor posible pero no es fácil con algunas instalaciones. Por ejemplo, la pista de bobsleigh. Va a ser más fácil dejar las instalaciones sin uso que organizar competiciones”. Además, los municipios en los que se ubican estas instalaciones deben asumir sus costes de mantenimiento, lo que genera una reacción de rechazo la mayoría de veces.
El COI está viendo cómo cada vez hay menos sedes candidatas a albergar una cita olímpica. Sus altas exigencias y el desembolso económico que obliga a las ciudades que albergan Juegos Olímpicos debería hacer plantearse al máximo organismo del deporte otra manera de organizarlos.