
A Astrid Fina, bronce en SBX en los Juegos de Pyeongchang, la vida le cambió hace nueve años en un semáforo. Iba en moto y un coche le destrozó el pie derecho. A partir de ahí, un calvario clínico con trece operaciones tratando de reconstruir el pie hasta que decidió amputarlo por culpa de una bacteria hospitalaria mutante, que se hacía resistente a los antibióticos. Y otra intervención más después de la traumática experiencia porque se le gangrenó un punto de sutura.
¿No quedaba otra salida que no fuese la amputación?
No quedó más remedio que cortar o quitar todos los huesos del pie y condenarme a una silla de ruedas de por vida. Cortaron por la mitad, entre rodilla y tobillo porque las prótesis del pie traen problemas; era mejor cortar más arriba. Y yo me dije: “qué mas da”. Las prótesis de pie tienen menos espacio para hacer juego y las de pierna quedan mejor fijadas.
¿Cambió tu manera de ver las cosas?
Ves la vida de otra manera. Te das cuenta que a veces nos enfadamos por tonterías. Antes tenía una vida muy rutinaria y a partir de la operación me obsesioné en quererlo hacer todo. Mi vida se convirtió en un reto continuo. Pero es comprensible después de tres años sin poder caminar.

¿Quién te dio el apoyo más grande?
Lo tuve en mi casa. Es verdad que otros familiares y los amigos estuvieron ahí pero el mayor apoyo lo tuve en mi madre, no se movía de mi lado. Tengo un hermano mayor que también estuvo conmigo. Pero es muy aprensivo y no aguanta mucho rato en un hospital.
Antes del accidente, ¿te interesaba el deporte?
Había hecho de pequeña patinaje artístico sobre ruedas hasta los trece años. No seguía ningún deporte aunque iba al gimnasio a hacer spinning.
Gracias a un amigo descubres la nieve. Explica cómo fue aquello.
Kiko Caballero me invitó a Baqueira un par de días. Probé la tabla sin tener ninguna noción. Me lo pasé bien pero ni idea de lo que vino después. Resulta que Kiko es amigo de Albert Mallol, que ahora es mi entrenador. De vuelta a Barcelona le comentó que había estado conmigo en Baqueira y como resulta que por aquel entonces se estaba montando el equipo paralímpico de snow, me animó a que me presentase.
¿Y qué pasó?
Pues que me presenté y seguramente me cogieron por ser la única chica. Chicos se presentaron seis y escogieron a dos. Vieron que yo no tenía el nivel pero como era una modalidad nueva, que en ese momento no existía en el ámbito paralímpico, me cogieron. Y eso que mi nivel no es que fuese nulo pero sí muy bajo. Pero se dieron cuenta que si me daban caña podría llegar; se la jugaron conmigo.

Antes de presentarte a la prueba, ¿cuántos días habías esquiado sobre la tabla?
Pues me parecen que fueron cinco. Yo pensaba: “cuando me vean se van a echar a llorar”. Y es que las bajadas todavía me daban miedo. Me seleccionaron y me alegré. Pero después te das cuenta que entrar en un centro de alto rendimiento sin experiencia previa, apartada de la familia… pues fue muy duro.
¿Notaste alguna desventaja respecto a rivales que ya tenían el cuerpo entrenado y hecho a la competición?
Sí, claro. Sobre todo al principio, que no las alcanzaba ni de lejos. Lo que ellas hacían en un minuto yo tardaba mucho más y estaba siempre por el suelo. Las horas de entrenamiento que ellas llevaban yo no las tenía. Por ejemplo, la que se llevó el oro en Pyeongchang, la holandesa Bibian Mentel-Spee, ya era profesional del snow antes de que le amputasen el pie. He notado que cada vez estoy más cerca. Pero es muy difícil.
¿Cuántos sois en el equipo RFEDI?
Víctor González y yo. También hay dos chicos, Óscar González e Ibón Muguerza, que vienen a nuestras concentraciones sin ser del equipo, donde para entrar has de tener primero unos resultados. Vienen a entrenar con nosotros algunas semanas y pueden venir a competir para coger puntos pero se lo han de pagar ellos.
¿Qué recuerdo te queda de la carrera por la medalla?
Mi objetivo principal era salir la primera porque me cuesta mucho adelantar, sea por mi nivel técnico o por un tema mental. Y después, y sobre todo, no caerme. No quería ir a muerte y tenía que vigilar a mi rival, la holandesa Renske Van Beek. La verdad es que me salió todo tal como lo había visualizado. Pero tengo claro que he de mejorar mucho el contacto y que no me importe tenerlo; perder ese miedo. Y en eso tengo que espabilar porque a partir de la próxima temporada dicen que las carreras serán a cuatro en lugar de a dos como ahora. Ya he competido en carreras a cuatro con deportistas que no son paralímpicos y la verdad es que la cosa cambia mucho de competir contra otra que contra tres más.
Ahora tienes 34 años, ¿hasta cuándo te ves compitiendo?
Me gustaría hacer un ciclo olímpico más pero si pienso a largo plazo me agobio un poco porque estos últimos cuatro años han sido muy duros. Me lo planteo de año en año. La próxima temporada la gran cita es el Mundial, que todavía no se sabe ni dónde ni cuándo será. Me gustaría estar en los próximos Juegos pero me pongo objetivos de año en año.

¿Has probado el esquí alpino?
Sí, sólo un día. Me gustó pero me resultó muy difícil porque eso de llevar las piernas separadas se me hizo raro; me costaba mucho frenar.
O sea, que descartas hacer un Ledecka
Ja, ja, ja… sí completamente descartado.
Estudiaste enfermería.
Sí. Y trabajé en un geriátrico. Pero era deprimente. Después trabajé en una joyería. Pero cuando después del accidente empecé a estar bien ya quedé atrapada por el snowboard; ni me planteé volver.
¿Y qué harás cuando dejes de competir?
Me gustaría seguir en el mundo del deporte. El año pasado me saqué el primer nivel de técnica deportiva, lo que me permite dar clases de iniciación de snow. Este año quiero sacarme el nivel dos y si llego al tercer y último nivel, me gustaría seguir ligada al mundo de la nieve. Y si pudiese ser dentro del ambiente paralímpico sería ideal.
¿Cómo es un día a día en tu vida cuando no compites?
Empezamos la temporada compitiendo porque en noviembre ya empieza el calendario con una prueba ‘indoor’ en Holanda. Pero en junio ya nos estamos machacando con trabajo físico en el gimnasio por la mañana y por la tarde patinamos con el ‘long board’. Me compré uno eléctrico porque es muy parecida la sensación con la del snow. Me permite ejercitar la coordinación y el equilibrio. También hacemos paddle surf y bicicleta BTT. En verano, si tengo dinero, me pago el viaje a Argentina para entrenar sobre nieve. Y si no, pues en octubre con el equipo por Europa. Este año me gustaría ir a Argentina en agosto y septiembre. Solemos entrenar ocho horas diarias de lunes a sábado, que van disminuyendo a medida que se acerca la competición.

¿Has compartido tu experiencia con amputados en centros de recuperación?
He hecho charlas sobre deporte adaptado, he acudido cuando los médicos del hospital me han llamado porque tienen a alguien que han amputado y lo está llevando especialmente mal. Pero a nivel colectivo no. Y no me importaría hacerlo si me lo piden. Cuando te pasa algo así y no conoces a nadie en esa misma situación te encuentras muy perdido. Y si hablas con alguien que lo lleva bien pues es un subidón. Por lo menos a mí me pasó así.
¿Vives del snow?
Desde hace un año sí. Entré en el Plan ADO y tuve la suerte de que me patrocinase Liberty como sponsor privado. Pero antes de esto no podía vivir de esto. Es un deporte caro y gente que a lo mejor serviría no se lo puede permitir. Falta un apoyo a la base y la federación llega hasta donde llega con los medios de los que dispone. La beca ADOP me dura un año y volver a tenerla dependerá de los resultados del Mundial.
En una temporada, ¿cuántos días de competición tienes?
Pocos. La pasada competí diez días porque anularon varias pruebas. por eso cuando puedo y la organización me lo permite me apunto a pruebas que no son exclusivas para paralímpicos.